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visual producciones.

Audiovisual  fotografía documental

A veces, ser espectador de una realidad tan cruel despierta un pábulo insaciable de comunicar tal cual ves, sientes y experimentas.

Conmueve tanto, observar cómo se deteriora un pueblo, dejándolo al antojo de las calamidades que el propio ser humano origina o crea, como la impotencia de pretender cooperar y ser ignorado por las poderosas organizaciones.

En una ocasión, un misionero de batallas inscrito en la causa por vocación  nos comento:

- Si desean colaborar, si de verdad quieren participar en la trayectoria apropiada para salvar a esta tierra, déjennos en paz.

Dirigido a todas aquellas personas, que deliberadamente, pretende sacar partido de la desgracia de un país, con la condición, además, de salir fotografiada y ser primera plana en los medios de comunicación  como benefactores  de la salvación de los pobres marginados.

Haití, 3 de agosto de 2011. Un año y pocos meses después del terremoto de 7,3 grados  que desoló el país, dejando a su paso, además de un hervidero de muerte, la destrucción total de edificios y casas  en treinta  interminables segundos.

Según algunas fuentes de información, aproximadamente  300.000 personas perdieron la vida debajo de los escombros, que después de año y ocho meses muchas de ellas no han sido rescatadas.

La ciudad de Puerto Príncipe es una mixtura abrasadora. La pobreza  por un lado, elabora un sistema de supervivencia autónoma, independiente.  Ajena al  descomunal aborigen extranjero y sus asesinas políticas.

Nos encontramos ante un supermercado de dos que existen, al más puro estilo  occidental en Puerto Príncipe, el país más pobre de Latinoamérica, y uno de los más miserables del mundo.

No existe el sueldo  mínimo en Haití, simplemente impera la pobreza entre sus habitantes, pero en el supermercado, donde si hay aire acondicionado y dos guardias con  metralletas en las puertas, la botella de dos litros de leche cuesta alrededor de 12,00 dólares.

Este es un ejemplo, podríamos citar mas, pero preferimos no dañar la imagen y condición humana.

¿Cómo se puede, en un país donde el 70% de los habitantes, viven en condiciones infrahumanas, vender una caja de cereales de desayuno a 12,00 dólares?

Estos interrogantes  no son vanos, ¿quién compra en estos centros?

La respuesta  no está lejos. Miles de ONGs están inscritas en Haití para la ayuda humanitaria. Teniendo en cuenta que, los sueldos de algunos miembros de las organizaciones  superan los seis mil dólares, podríamos especular que tipo de clientes tienen estos dos centros que venden productos inaccesibles, incluso para un trabajador Español con un sueldo aceptable.

Ante tan pavoroso espectáculo de incoherencia y despilfarro, observamos como los coches de transportes lujosos,  con logotipos  que nos hacen recordar distintivos solidarios, se pasean  de arriba abajo  por el distrito  Delmas y colindantes.

El estrés propio del lugar hace que parezca que el trabajo  les colapsa. Pero ya hemos visitado y documentado dos campos de refugiados, donde  las únicas aspirinas que tienen las hemos entregado personalmente nosotros, sorteando en la frontera con la República Dominicana a la mafia policial imperante.

Ante tal espectáculo nuevamente de insensatez, volvemos a ver logotipos en las puertas de los vehículos, aquellos que nos recuerdan que existen organizaciones que entregan medicamentos y ropas para los desplazados, y lo que tenemos que hacer nosotros es entregar a dos orfanatos mas ropa y mas medicamentos, porque simplemente tampoco tienen.

Nos preguntamos si es casualidad, si por azar escogimos los lugares donde las despensas están vacías. La respuesta es no, todos los lugares no se diferencian por la escasez, si bien por la pericia que tenga cada capo o jefe del campamento para solicitar o implorar  lo que más falta hace para su comunidad. A veces, y es con frecuencia obtiene el propio vacio. Todo lo dirige la misma mano, negocios solidarios, acomodando a legiones de  inmorales.

La miseria ajena  vivida en primera persona nos hace rebuscar explicaciones, en ocasiones descabelladas y macabras. Después de tal experiencia divagamos en la deducción más espeluznante. Le preguntamos a un Sociólogo que trabaja en Haití. ¿Podría tratarse de una limpieza social?  - A los inaccesibles productos básicos, le sumamos  la educación privada, la ausencia total de sanidad y la inseguridad urbana, es el caldo de cultivo; ¨pensamos¨, para una desaparición progresiva de ciudadanos  sobrantes.

Quizás, el sociólogo de campo, conocedor del sistema social, enterado  de  los recursos y también  por otras fuentes de información donde se ha documentado, y  con el cual mantuvimos una entrevista, nos dilucida ciertas conclusiones tétricas que respaldábamos. Pero él, incluso,  tampoco se atrevería a contradecir.

La opción que el respalda  está más cerca de los intereses que origina tener a  un País basura estratégicamente bien situado. El mecanismo es muy sencillo; -¿donde mejor se venden todos aquellos productos sobrantes, caducados o fuera de control?, según él, Haití podría ser un país basura.

Pretendemos, con este trabajo, transmitir la experiencia que vivimos en Haití, arrojar luz en un país sometido a la penumbra. Al mismo tiempo, nos vemos abocados en la necesidad; ¨dada la injusticia reinante¨,  de dar a conocer la estructura interna de la propia sociedad Haitiana, y colateral en cuanto a las organizaciones que actúan en pro de una causa altruista.

Ahora solo nos queda asumir un reto, tratar de suplicar y mendigar  a las organizaciones o compañías  que nos cierran sus puertas, para que de una forma transparente podamos abastecer a  una pequeña red de ayuda gestada personalmente en Haití.

 

fotografías de Lorna Arroyo  y   Miguel Márquez

Haití  tras el terremoto

 

Audiovisual  fotografía documental

El tiempo nos perpetuará...

Siento que se esfuman, las vidas de mis amigas.

 De mis compañeros de viaje y de la infancia.

Siento las piedras como se clavan en los cansados pies

que casi ya no andan.

Caminamos juntos a duras penas, oigo gritos, maltrechos de esperanza.

Nos avientan  por un camino empedrado, abrupto.

Más allá una chimenea enloquece a borbotones.

Allí guardan fila mas de mi gente, cabizbajos.

Siento sollozos que aclaman clemencia.

Llegamos confusos, algunos de mis amigos siguen jugando.

Otros tantos observan  el tumulto, la angustia el miedo.

El hedor se acrecienta y el humo negro se condensa.

 

Mis compatriotas se resignan.

Poco a poco nos quitan las madres la ropa,

Los zapatos a un montón, los pantalones a otro, las maletas ordenadas.

Ellas también desnudas, temblorosas, siento vergüenza.

Me entristeció dejar mis zapatos  junto a los otros, tenían una suela alta y eran muy cómodos.

Me hacían más alta, más esbelta.

Me los compro mi madre una tarde de primavera, verdaderamente eran preciosos, espero recuperarlos cuando todo concluya, los deje en un sito visible

 

Estamos en una larga y sinuosa fila, la gente se aísla en un rezo, ahogados en el silencio,

en la oscuridad de unos parpados estañados.

La vergüenza, la incertidumbre a unos les pesa.

El honor, la gallardía a otros les desborda.

 

 

Creo entender poco a poco, pero todavía no se qué sucede.

Mi madre tras de mí no habla, yo no pregunto.

Alzo la mirada al frente.

Una puerta confina a montones de gente, y avanzo unos cuantos metros.

 

Recuerdo por un instante las estiradas columnas de niños en los parques,

esperando subir a las atracciones , o para comprar golosinas y pajaritas .

Cierro los ojos y observo a mis amigos, a mi gente, ríen, se divierten.

Esbozo satisfacción.

 

Madre me toca suave para que siga avanzando.

Mi hermana pequeña duerme en sus brazos.

Por mi mente mi padre se pasea, deseo estar con él, jugar y hablarle.

Físicamente no está, desapareció al arribar el tren.

No puedo contar con él, pero sé seguro que está bien.

 

 

Me extraña  no ver salir a nadie por otra puerta.

Es una casa no muy grande, la gente entra y entra y nadie sale.

La mirada se desliza por la fachada de la estructura, y en lo alto de una chimenea se recorta

el plomizo cielo.

 

Huelo a carne quemada, intuyo muerte.

Entiendo que nos van a trasformar en humo.

Mi madre me mira dulcemente, ella hace tiempo lo sabía.

Me susurra - “tienes que ser fuerte”

- ¿Cómo papa?

- ¡Como papa!

 

Unos de los guardias entre abre la puerta y nos grita ferozmente.

Nos hallamos dentro y el miedo se atolla en el pecho.

La gente llora y mi madre me abraza, el suspiro es lento... firme.

Por las trampillas arrojan el gas letal, entre la consternación y el terror mi alma se evapora.

 

La vida me pasa galopante por la mente mientras la puerta adormece la última ráfaga de luz.

 

Creo esfumarme en un instante, como el vuelo de una gaviota que libremente bate el cielo.

Creo divisar a mi padre mirar enloquecido la boca de la chimenea, mi madre y mi hermana van conmigo.

Yo le grité extendiendo mis brazos transformados en ceniza entre la humareda.

Te esperamos pronto, no sufras, no llores, desde el cielo todo se ve más claro.

 

El tiempo algún día nos perpetuará...

 

 

fotografías de Lorna Arroyo  y   Miguel Márquez

 

 

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